miércoles, 8 de marzo de 2017

MI APORTACIÓN EN LA LUCHA CONTRA LOS MALOS TRATOS


Hoy Día Internacional de la Mujer os pongo aquí el comienzo de mi novela "La voz empedrada". Está basada en el maltrato machista y en las dificultades que puede encontrar una mujer maltratada con la justicia. Mi pequeña aportación como escritora contra los malos tratos:



Si quieres matar al juez González Resadas, tendrás que dejar pronto al niño en la guardería alrededor de las nueve y media de la mañana. El juez toma café todos los miércoles a las diez en punto en un bar de la plaza de Castilla junto a la boca de Metro. Sabes que no hay transporte mejor en Madrid que el público, sobre todo cuando se tiene que asesinar a alguien. Coges el azucarillo y lo introduces en el bolso. Tienes que sacar al niño del triciclo y ponerle la camiseta. Se resiste, como todas las mañanas, y te enfadas. Aún así a las nueve y media en punto el niño ya está en la guardería. La línea azul siempre te ha parecido triste. Sobre todo a partir de Cuatro Caminos, cuando la muchedumbre de pasajeros se depura y solo quedan entre los oficinistas algunos delincuentes misérrimos que se dirigen a los juicios. Esperas un poco a unos metros de la cafetería, junto al quiosco de la Once. Enseguida lo divisas, acompañado, como no, de una veinteañera con mechas embutida en un traje de chaqueta, y se meten en el local. Entras. La cafetería está llena de gente, hace calor y se oye bullicio. Ves cómo la frente mezquina del juez navega sobre las cabezas, más que por alta por erguida, y llega en pocas brazadas a la barra. Allí se abre sitio y su acompañante se coloca a su izquierda. Tú también te haces sitio en la barra y te colocas a la derecha de la pareja. Te apresuras para que te den antes que a ellos un café con leche, que enseguida te ponen sobre la barra. El juez pregunta algo a la chica y, obviamente, es él quien habla con el camarero. Al cabo de un minuto les han puesto sobre la vitrina dos tazas, una con café con leche y otra, la de él, de café solo. Café amargo, piensas, como tus sentencias. 

Él te da la espalda para hablar o impresionar a su acompañante. Le cambias su azucarillo por el que acabas de sacar del bolso. Él no se da ni cuenta, tan entretenido está en escucharse a sí mismo. Pasa la taza correspondiente a la joven sin dejar de hablar. Luego coge su café, rasga el papel del sobre y vierte su contenido. Tú decides en ese momento que, a pesar de todo, disfrutarás del desayuno. La ola de calor de estos días no justifica el uso de tus guantes blancos. Pero la elegancia de tu conjunto verde de loewe, un tanto extravagante, los hace posibles. Cuando ves que el juez tira el azucarillo vacío a la papelera, te agachas para cogerlo y metértelo rápidamente en el bolso. Aprovechas que lo tienes abierto para guardar tu taza y tu cuchara en la bolsa de plástico que guardas dentro. El camarero no se ha dado cuenta. El juez empieza a beber su desayuno. Ves cómo lo apura en casi un único trago, sonríes y te diriges a la salida. El tumulto no parece reparar la atención en ti. De repente alguien chilla. Te vuelves y miras hacia la barra. La frente mezquina del juez ya no está y la veinteañera mira, asustada, al suelo. Los parroquianos pierden de repente la alegría y se oye el rumor de una sola pregunta entre los distintos grupos: ¿Qué ha pasado? Tú, desde la puerta, sonríes y te diriges al Metro. Si te das prisa, podrás hacer la compra.
—El relato corto es restar —miré a todos lo que me escuchaban—. Concebir una sola idea y ejecutarla. No tenéis que desparramaros con las descripciones ni ahondar en vuestros sentimientos. Eso hay que suprimirlo. Como decía Pardo Bazán, el relato es un dardo que va directamente a la diana. Los alumnos seguían silenciosos mientras tomaban apuntes. Solo llevaban un par de clases del intensivo de verano y aún no se atrevían a opinar. —Es como la vida.


La voz empedrada, Patricia Sánchez-Cutillas