sábado, 7 de mayo de 2016

La voz empedrada, novela sobre el maltrato machista

Hola, os pongo el comienzo de mi novela La voz empedrada por si queréis leer alguna líneas en esta tarde de sábado. Es una novela negra ambientado en un taller de escritura y, a la vez, una denuncia contra el maltrato sexista.



LA VOZ EMPEDRADA


Si quieres matar al juez González Resadas, tendrás que dejar pronto al niño en la guardería alrededor de las nueve y media de la mañana. El juez toma café todos los miércoles a las diez en punto en un bar de la plaza de Castilla junto a la boca de Metro. Sabes que no hay transporte mejor en Madrid que el público, sobre todo cuando se tiene que asesinar a alguien. Coges el azucarillo y lo introduces en el bolso. Tienes que sacar al niño del triciclo y ponerle la camiseta. Se resiste, como todas las mañanas, y te enfadas. Aún así a las nueve y media en punto el niño ya está en la guardería. La línea azul siempre te ha parecido triste. Sobre todo a partir de Cuatro Caminos, cuando la muchedumbre de pasajeros se depura y solo quedan entre los oficinistas algunos delincuentes misérrimos que se dirigen a los juicios. Esperas un poco a unos metros de la cafetería, junto al quiosco de la Once. Enseguida lo divisas, acompañado, como no, de una veinteañera con mechas embutida en un traje de chaqueta, y se meten en el local. Entras. La cafetería está llena de gente, hace calor y se oye bullicio. Ves cómo la frente mezquina del juez navega sobre las cabezas, más que por alta por erguida, y llega en pocas brazadas a la barra. Allí se abre sitio y su acompañante se coloca a su izquierda. Tú también te haces sitio en la barra y te colocas a la derecha de la pareja. Te apresuras para que te den antes que a ellos un café con leche, que enseguida te ponen sobre la barra. El juez pregunta algo a la chica y, obviamente, es él quien habla con el camarero. Al cabo de un minuto les han puesto sobre la vitrina dos tazas, una con café con leche y otra, la de él, de café solo. Café amargo, piensas, como tus sentencias. Él te da la espalda para hablar o impresionar a su acompañante. Le cambias su azucarillo por el que acabas de sacar del bolso. Él no se da ni cuenta, tan entretenido está en escucharse a sí mismo. Pasa la taza correspondiente a la joven sin dejar de hablar. Luego coge su café, rasga el papel del sobre y vierte su contenido. Tú decides en ese momento que, a pesar de todo, disfrutarás del desayuno. La ola de calor de estos días no justifica el uso de tus guantes blancos. Pero la elegancia de tu conjunto verde de loewe, un tanto extravagante, los hace posibles. Cuando ves que el juez tira el azucarillo vacío a la papelera, te agachas para cogerlo y metértelo rápidamente en el bolso. Aprovechas que lo tienes abierto para guardar tu taza y tu cuchara en la bolsa de plástico que guardas dentro. El camarero no se ha dado cuenta. El juez empieza a beber su desayuno. Ves cómo lo apura en casi un único trago, sonríes y te diriges a la salida. El tumulto no parece reparar la atención en ti. De repente alguien chilla. Te vuelves y miras hacia la barra. La frente mezquina del juez ya no está y la veinteañera mira, asustada, al suelo. Los parroquianos pierden de repente la alegría y se oye el rumor de una sola pregunta entre los distintos grupos: ¿Qué ha pasado? Tú, desde la puerta, sonríes y te diriges al Metro. Si te das prisa, podrás hacer la compra.


 —El relato corto es restar —miré a todos lo que me escuchaban—. Concebir una sola idea y ejecutarla. No tenéis que desparramaros con las descripciones ni ahondar en vuestros sentimientos. Eso hay que suprimirlo. Como decía Pardo Bazán, el relato es un dardo que va directamente a la diana. Los alumnos seguían silenciosos mientras tomaban apuntes. Solo llevaban un par de clases del intensivo de verano y aún no se atrevían a opinar. —Es como la vida. Todos tenemos que restar. Quien ha venido a Madrid ha restado su vida en otra ciudad u otro pueblo; quien ha venido a esta clase ha restado la de aeróbic u horas muertas de televisión. Cuando elegimos, restamos. Paco hojeó las fotocopias y comentó: —Yo pensé que los relatos eran más espontáneos, no tan técnicos. Enseguida todos le apoyaron. Todos los años me hacían el mismo comentario. —Borges es arte, pero también técnica. Os aseguro que de cada palabra que pone hay que sospechar, tiene un fin. Y ese fin es la doble historia. Todo buen cuento tiene dos historias. No solo se concentra sino que se duplica. Fijaos en este argumento: Loewenthal estafa a la fábrica, o por lo menos eso creen al principio los lectores; logra que no le acusen a él sino a Emanuel Zunz. Este, condenado y arruinado, se cambia el nombre y se suicida en la habitación de una pensión. Alguien se lo comunica por medio de una carta a su hija Emma, que es una obrera de la fábrica. Esta planea una venganza. No puede limpiar el nombre de su padre, no tiene dinero, ni medios, ni conocimiento. Lo que hace es encontrarse a solas con Loewenthal, matarlo y decir que la ha violado y que lo mató en defensa propia. Unas horas antes ha perdido la virginidad con un marinero que le repugna. Cuando llega el juicio habla con asco y con rabia de esa “violación”. Según Borges, verdadero era el tono, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios. Se acusa injustamente a alguien. Primero al padre de Emma por una estafa que no cometió. Pierde el honor y la vida. Luego Loewenthal, que es culpable de la estafa pero inocente de la violación, pierde el honor y la vida. La duplicación es la clave. Todos enmudecieron y solo se oyó el chisporroteo de la vela. Estaban llenos de dudas pero ninguno se atrevía a preguntarme. Quizá la clase fuera demasiado técnica. —Es como la vida. Solo entiendes lo que te pasa cuando ya estás al final de un ciclo. Es cuando entiendes que te has duplicado porque en realidad te han ocurrido las mismas cosas que en el pasado, o has cometido con distintas variantes el mismo error, o conoces a gente que le está pasando lo mismo que a ti. —Sí —la voz de Paco me interrumpió— en el relato les ocurre lo mismo a los dos. Pero el padre de Emma está limpio y muere pringado porque le han jodido bien. Loewenthal es un cabrón, pero un cabrón espabilado. Logra que acusen del robo al padre de Emma, le echa el muerto. Antes de morir, le va bien, está integrado. Se queda con la pasta y además, lo ascienden a gerente de la fábrica. Es lo que ocurre normalmente. Se coge al pringado, pero al delincuente de chaqueta y corbata, al elegante nunca le condenan. Alguien empezó a comentar algo sobre los políticos. —No empecemos que se nos va la clase. Tenéis que escribir un relato basado en la suplantación de un hecho, de un nombre o de una circunstancia.

La voz empedrada, Patricia Sánchez-Cutillas

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